Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el momento, lugar o circunstancias. El hilo rojo puede estirarse, contraerse o enredarse, pero nunca se romperá.
Proverbio chino.
Lunes, 20 de agosto de 2007
Coquitlam, Área Metropolitana de Vancouver
11 años antes…
BOSCO
—Está buena, aunque se vista con esa ropa de abuela —susurró su primo Gael desde la litera de abajo—. Si me mirara como te mira a ti, habría intentado enrollármela —continuó con diversión—. Está colada por tus huesos. Se le nota. ¡Eh, Bosco! Sé que estás despierto. Contesta.
Bosco cogió el cojín que tenía a sus pies, se asomó y lo lanzó con fuerza a su primo.
—Cállate y duérmete de una vez, capullo —masculló.
Gael rio por lo bajo antes de arrojar el cojín hacia su litera de nuevo.
—Si pudieras, ¿te la enrollarías?
—Es una cría —murmuró con fastidio.
—Quince años, solo tres menos que nosotros.
—Cuatro. La semana pasada cumplí los diecinueve —señaló recordándoselo—. Además, es familia —agregó en voz baja.
—Su tío y nuestra tía están casados. No tenemos ningún parentesco de sangre con ella, lince —aclaró Gael con ironía.
Bosco resopló.
«¡Como si lo tuviéramos!».
—Déjame en paz, Gael. Estoy saliendo con Natalia —siseó en cambio.
—No estás saliendo con Natalia, estás enrollado con Natalia sin exclusividad por su parte o la tuya. Es diferente. En cuanto ingreses en la Academia del Aire y ella en la Universidad de Madrid. C’est fini —auguró.
—Puede —musitó Bosco sin pensarlo demasiado, aunque su primo tenía razón.
—Admítelo —dijo Gael con sorna—. Pasas de ella porque Nona te cortaría los huevos —murmuró con la intención de picarlo.
Bosco sonrió a regañadientes.
—Haría lo mismo con los tuyos, imbécil —replicó con diversión.
Gael bufó.
—Lo sé. Es una mierda, tío —se quejó simulando irritación.
Bosco volvió a tirarle el cojín, sin embargo, Gael estaba preparado esperando su ataque.
—Has fallado —apuntó atrapándolo entre sus manos mientras reía—. Esta vez me lo quedo. No me fío de ti —susurró.
—¿Has acabado de fastidiarme?
—Por esta noche. Mañana, más. Buenas noches, capullo —murmuró bostezando.
—Buenas noches, idiota —susurró Bosco tumbándose en la litera mientras cerraba los ojos.
Veinte minutos más tarde su primo dormía…, pero él no dejaba de dar vueltas sobre el colchón, de modo que saltó de la litera, se puso el pantalón de un chándal, una camiseta y salió sin hacer ruido de la habitación en la que su tía Nona los había instalado. Toda la casa estaba ocupada por la familia. Nona, después de varios años sometiéndose a tratamientos de fertilidad, al fin había quedado en estado dando a luz tres meses atrás. Quintillizos. Quin-ti-lli-zos. Aún le costaba creerlo. Su madre y su tía Carla, madre de Gael, habían viajado en cuanto nacieron para ayudarla durante las primeras semanas, aunque el resto de la familia no había podido conocerlos hasta ese momento; en el que habían aprovechado las vacaciones de verano para embarcar en el primer avión a Vancouver y pasar una semana en Coquitlam. Cabeceó dirigiéndose a la cocina. Todavía le costaba asimilar que tenía cinco primos. Cin-co. De golpe. Literalmente.
Abrió la nevera, cogió un bote de zumo de naranja, un vaso del mueble y se subió de un salto a la barra de la cocina.
Su tía Nona y la madre de ella eran amigas. Ambas, azafatas de vuelo españolas en la misma compañía aérea. La madre de ella se había casado con un piloto canadiense, y dos años más tarde, Nona lo había hecho con el hermano mellizo del esposo de su amiga; también piloto de aerolínea. De modo que, aunque era cierto que entre él y ella no existía parentesco sanguíneo, ambos eran sobrinos de Nona y Paul. Además, Nona les había advertido, tanto a Gael como a él, que se comportaran… Su tía Nona era la Ferrer más temible de la familia, no obstante, Gael y él la adoraban, más, desde que se había casado trasladándose a Canadá. Cabeceó suspirando. La verdad era que los dos la echaban de menos. Durante su infancia, además de tía, Nona había ejercido de niñera con ellos, así que ambos tenían una relación especial con ella. Era difícil no obedecerla y, hasta el momento, no había tenido queja alguna de su comportamiento. Ayudaba que ella siempre estuviese rodeada de las hermanas de Gael o de sus propias hermanas, ya que todas tenían edades similares… E indudablemente, ayudaba que ellas apenas buscaran la compañía de Gael o la suya. Su primo y él permanecían unidos mientras fingían ignorar a sus hermanas menores y, por consiguiente, a toda persona que se relacionase con ellas…, incluida ella.
Resopló antes de vaciar el vaso de zumo y devolver el bote a la nevera. Entonces miró hacia fuera y la vio en la penumbra. Se quedó sin respiración. Unos segundos. Varios segundos. Estaba sentada en uno de los columpios situados junto a los abetos del jardín. Sostenía su móvil junto al oído y sonreía mientras hablaba mirando hacia el suelo.
Bosco se acercó a la ventana para observarla mejor.
Tenía el cabello recogido en una cola alta. Era de color rubio, rizado y le llegaba a media espalda cuando lo llevaba suelto. Tenía la piel muy clara, con algunas pequeñas pecas sueltas sobre el puente de la nariz. Sus ojos no eran verdes ni marrones, sino una mezcla, a veces parecían verdes y en otras marrones, dependiendo de la luz. Ojos color miel. Grandes y un poco rasgados. Sin embargo, lo que más le gustaba de su rostro era su boca; de labios gruesos y forma de corazón que lo tentaban más de lo que podía entender… En realidad, no comprendía porqué le atraía tanto, pero lo cierto era que no podía dejar de pensar en ella.
La recorrió con la vista fijándose en su pijama de pantalón corto y blusa abotonada. Era rosa, con pequeñas flores de diversos colores y encaje tanto en las mangas como en las solapas. Un pijama de abuela como diría Gael. Un pijama de abuela que revelaba un cuerpo de infarto lleno de curvas. ¿Cómo podía tener tantas curvas con tan solo quince años? Volvió a pasear la mirada sobre su figura, deteniéndose en las piernas desnudas, el cuello, el escote…, y sin previo aviso, para su fastidio, se puso duro; como siempre que la observaba más de cinco minutos seguidos.
«¿Qué cojones te pasa con ella, Bosco?», se preguntó mientras su respiración se agitaba como si estuviese en uno de sus entrenamientos y necesitara un instante para recuperar el aliento.
***
SAMANTHA
—Iré con Grayson y Declan a la playa por la mañana, comeremos algo por ahí y por la tarde sesión de cine. ¿Cuándo vuelves? —preguntó Ian a través del teléfono.
—No lo sé —contestó Sam—. Mis padres llegan mañana, pero Nona quiere organizar un gran almuerzo familiar y hoy ha llamado a mis abuelos para invitarlos.
Ian resopló.
—¿Cuándo se va la familia de tu tía? —preguntó con impaciencia.
—El viernes, aunque supongo que nosotros regresaremos a Vancouver tras el almuerzo.
—¿Cuándo es? —inquirió con curiosidad.
—Pasado mañana.
Ian volvió a resoplar.
—¿Cómo son?
Ella sonrió al percibir el tono de resignación en su voz.
—Ruidosos. Como mi familia materna —añadió balanceándose un poco—. Y simpáticos. Estoy practicando mucho mi español. Incluso he aprendido algunas palabras nuevas.
Ian no entendía ni una palabra de ese idioma, por lo que no le interesaba demasiado.
—¿Y cómo están los quintillizos? —inquirió.
—Enormes —contestó Sam sonriendo antes de continuar—. He hecho algunas fotos. Te las enseñaré cuando las revele.
Ian rio por lo bajo.
—Cuando dices algunas fotos suelen ser muchas fotos —señaló—. Los viste hace dos semanas, Sam.
—Han crecido mucho en estas dos semanas, Ian —apuntó con jocosidad.
—Sí, muchísimo —musitó él en tono burlón—. Avísame cuando regreses —dijo reprimiendo un bostezo.
—Lo haré. Vuelve a dormir. Siento haber llamado tan tarde —se disculpó por despertarlo de madrugada.
—Lo que sea por mi chica —murmuró—. Tengo ganas de verte.
—Y yo a ti. Buenas noches, Ian.
—Buenas noches, Sam —dijo él antes de colgar.
Samantha suspiró mientras guardaba el móvil en el bolsillo de su pantalón.
Había llamado a Ian con la esperanza de sentir algo al escuchar su voz, pero no había sentido “nada” de lo que “sabía” que “debía” sentir. Era frustrante. Le gustaba Ian, y aunque ni siquiera se habían besado (aún), habían sido buenos amigos durante el último año. Se sentían cómodos el uno con el otro, podían hablar de cualquier cosa y se divertían juntos. Apenas hacía una semana que, durante una de sus conversaciones por teléfono, él había insinuado que deberían comenzar a salir y a ella le había parecido bien porque Ian le gustaba… Suspiró de nuevo. A pesar de que se lo hubiese propuesto la noche antes de que sus padres la llevaran con su tía Nona y su tío Paul. ¿Qué había cambiado en cuatro días? ¡Cua-tro días!
Bufó con agobio.
Él. Eso era lo que había cambiado. Todo lo que le estaba pasando era culpa de él…, aunque él la ignorase y ella lo evitase. Desde el momento en el que se había quedado muda cuando Nona los presentó, había sabido que debía hacerlo. No porque él hubiese dicho o hecho algo para dejarla sin palabras. Simplemente se había quedado sin palabras. Jamás le había ocurrido nada semejante. No se consideraba tímida. ¡De hecho, era una persona extrovertida! Sin embargo, cuando él estaba cerca, su presencia la cohibía. ¡No lo entendía! Resopló con irritación. Él era guapo y tenía un cuerpo atlético que resultaba difícil pasar por alto, pero jamás se había quedado muda ante el aspecto de nadie. Conocía a chicos con cuerpos más musculados que el suyo y nunca se había sentido impresionada por eso.
«¿Qué te pasa con él, Sam?», se preguntó con inquietud.
Era su mirada. Estaba convencida. En las pocas ocasiones en las que cruzaba sus oscuros ojos con los suyos, la observaba con tanta intensidad que la hacía temblar de arriba abajo mientras su corazón latía con desenfreno bajo su pecho. Se sentía confusa cuando reaccionaba de ese modo ante su mirada. ¿Una mirada podía provocar taquicardia? No lo creía, aunque él parecía tener la capacidad de provocarle taquicardia… Al menos, su corazón sufría taquicardia cuando la observaba con aquella intensidad que quemaba. Respiró hondo reprendiéndose a sí misma por su exageración. Apenas se conocían, apenas habían intercambiado unas pocas palabras, los dos eran sobrinos de Nona, vivían en países diferentes y lo más importante; ella tenía novio (muy reciente, cierto. Tan reciente que no se habían visto desde que habían acordado comenzar a salir, pero su novio, al fin y al cabo) y él tenía novia. Eso había entendido de su hermana Alba la tarde anterior…
Samantha dejó escapar el aire de sus pulmones. Las palabras de Alba, de algún modo, le habían molestado, provocándole a su vez, un extraño aturdimiento al que no le encontraba sentido. Incluso había comenzado a cuestionarse qué era aquello que había experimentado. ¿Celos? ¡¿Cómo iba a sentir celos?! No, no podían ser celos, aunque le hubiese molestado saber que tenía novia. Era absurdo. Una persona no podía enamorarse de otra a la que no se conocía solo por su aspecto. Imposible. Podía sentirse atracción por el físico de alguien, por la personalidad o el comportamiento, pero… ¿Amor? No. ¿Sin conocerse? No. Rotundamente… Aunque su amiga Hailey era una fiel defensora del amor a primera vista. Según ella, sus dos últimos novios habían sido producto de fulminantes flechazos. Sam apostaba más por la atracción física que por el flechazo en sí, sin embargo, Hailey apoyaba su teoría del flechazo con argumentos que ella nunca había comprendido del todo hasta que…, la mirada de él había caído sobre ella como un ave rapaz sobre su presa.
«No seas idiota, Sam. Te atrae. De acuerdo, hay algo en él que te atrae mucho. Pero nada más», se dijo con irritación.
Desvió la vista hacia el bolsillo de su pijama cuando su teléfono vibró avisándola de un mensaje. ¿Ian?
Mom:
Acabo de llegar a casa. Papá llega a las nueve. Dejaré que descanse durante la mañana y por la tarde iremos a Coquitlam. Supongo que verás este mensaje cuando despiertes. Hasta mañana, Sam. Te quiero.
Samantha estuvo tentada a responder, pero eran las dos menos cuarto de la madrugada. Conocía a su madre, preguntaría el motivo por el que estaba despierta tan tarde, así que volvió a guardar el móvil. No podía decirle que se había desvelado pensando en él. ¿Cuándo había perdido ella el sueño por alguien? Nun-ca. Ja-más. Ni siquiera por Ian. Y Ian le gustaba mucho… ¿Verdad?
Gimió tapándose el rostro con las manos unos segundos.
Lo que necesitaba era volver a Vancouver. Cuando regresase a su hogar, con Ian y sus amigos, recordaría aquella noche con diversión. Se reiría de sí misma. Se reiría mucho. Muchísimo. Se desternillaría…
«Estás loca, Sam», se dijo con exasperación.
Hacía casi medio año que los horarios de vuelo de sus padres no coincidían, sin embargo, cuando eso sucedía, la dejaban con Nona. Se llevaban bien y se divertían haciendo cualquier cosa; desde repostería hasta zumba. Además, ahora, ella siempre agradecía cualquier ayuda con los quintillizos; Adam, Connor, Ethan, Joel y Liam. A veces, incluso le resultaba difícil distinguir quién era quién.
Suspiró.
Si los horarios de vuelo de sus padres no hubiesen coincidido días atrás no le estaría sucediendo nada de lo que le estaba sucediendo. Lo habría conocido durante la comida familiar que Nona quería organizar y, en ese preciso instante, no estaría tan confundida pensando en un chico que no era su novio cuando debería estar pensando en el amigo que ahora sí era su novio.
«NO pienses más en él… ¡Piensa en Ian!», se ordenó con irritación.
BOSCO Y SAMANTHA
—¿No puedes dormir?
Samantha casi se cayó del columpio, en el que apenas se balanceaba, al escuchar su voz. Giró el rostro con sobresalto y..., sí, él estaba ahí. Con una camiseta gris que marcaba su torso y un pantalón de chándal negro que caía sobre sus caderas de forma peligrosa. En el jardín. Con el cabello oscuro revuelto y apoyando uno de sus hombros en el barrote del columpio.
Lo contempló sin saber qué decir. Su corazón comenzó a latir de forma apresurada. Le temblaron las rodillas y su vientre se contrajo con nerviosismo.
Pestañeó como si con ese gesto pudiera hacerlo desaparecer. No desapareció. Permaneció donde estaba observándola con diversión. ¿Qué hacía él ahí? No había escuchado sus pasos al acercarse… Se fijó en sus pies. Iba descalzo. Cuando elevó la vista, él sonrió con aquella sonrisa de medio lado que le había visto otras veces, y entonces fue consciente de que no había respondido su pregunta. Tenía que dejar de mirarlo. Y respirar. Respirar era importante. Incluso necesario para vivir. Y responder. Tenía que decir algo. ¡Lo que fuese!
—No —murmuró aprovechando el momento para coger aire.
«Has articulado una palabra. Bien hecho, Sam», pensó felicitándose con ironía.
—No quería asustarte… ¿Puedo? —preguntó indicando con una mano el columpio que había a su lado.
Ella se encogió de hombros diciéndose que podía hacerlo. Podía hablar con él. No había ninguna razón que le impidiera mantener una conversación racional. Observó el perfil de su rostro mientras se balanceaba con lentitud junto a ella.
—¿Tú tampoco? —preguntó envalentonándose.
Él ladeó la cabeza.
—No… ¿Te importa si hablamos en mi idioma? Mi inglés no es tan bueno como tu español.
Ella asintió con la vista.
—No es tan bueno, pero gracias —dijo en voz baja.
«Una frase entera y sin tartamudear, Sam», se animó a sí misma.
Él sonrió.
—Es más bueno que mi inglés. ¿Hablabas con tus padres? —Ella lo miró con curiosidad—. Estaba en la cocina. Te vi desde la ventana.
Samantha negó con la cabeza. Nunca mentía y no vio motivo alguno para comenzar a hacerlo esa noche, en ese momento, en ese jardín, con él.
—Con mi novio —murmuró.
«¿Novio? ¿Tiene novio? ¡Mierda!».
Bosco cogió aire intentando ocultar su sorpresa, aunque al parecer, no lo hizo con la suficiente rapidez, porque ella lo observó reprimiendo una sonrisa que él no pudo dejar de percibir en su expresión.
—¿No eres demasiado joven para tener novio? —inquirió con un atisbo de irritación en su tono de voz.
«¿De verdad has dicho eso? ¡Serás capullo!», se reprendió al instante.
Samantha agrandó los ojos. Después, rio con cierto nerviosismo.
—Tus hermanas tienen novio. Y tienen quince y dieciséis años —apuntó.
Bosco entrecerró los ojos.
—No son sus novios. Solo quedan con ellos de vez en cuando. Con su grupo de amigos —agregó.
Ella frunció el cejo.
—¿Y no es lo mismo?
Bosco resopló.
—No.
«Es lo mismo, pero no pienso reconocerlo».
—Aquí sí lo es —dijo ella apartando la vista.
Guardaron silencio un instante.
—¿Lo saben tus padres? —preguntó Bosco tras encajar con fastidio su comentario.
Sam giró el rostro para contemplarlo mejor. ¿Estaba molesto? Lo parecía, sin embargo, no lo conocía lo suficiente para afirmarlo. De hecho, NO lo conocía para afirmarlo…, pero lo parecía.
Él apartó la vista mirando al frente.
—No suelo tener secretos con mis padres —murmuró ella—. Además, lo conocen. Éramos amigos antes de comenzar a salir —explicó, sin saber del todo porqué lo hacía.
Él pareció descolocado por su respuesta.
—Vale, ten cuidado —siseó con gesto serio.
—¿Con qué? —preguntó ella de inmediato.
«¿Os enrolláis? ¡Ni se te ocurra preguntarlo, Bosco!», se ordenó.
—¿Os enrolláis? —preguntó girando el rostro para mirarla.
Ella agrandó los ojos con asombro.
«¡Joder, Bosco!»
—¿Tú no te enrollas con tu novia? —contratacó ella.
«¿Le has preguntado si se enrolla con su novia? ¡Tierra trágame! ¡Ya!», pensó Samantha.
Bosco carraspeó desviando la mirada.
«Y follamos, pero no es mi novia».
—Es lo que se hace cuando alguien te gusta —contestó, sin embargo.
Se balancearon durante unos minutos en un silencio bastante incómodo.
—Oye, mira… —Resopló mientras ella lo contemplaba con expectación—. He sido un idiota preguntándote eso, pero ten cuidado, ¿vale? ¿Entiendes lo que quiero decir?
Ella lo observó unos segundos sin decir nada.
—¿Por qué te importa? —preguntó con extrañeza.
«KO, Bosco».
—Bueno… —Carraspeó mientras pensaba en una respuesta que no lo hiciera parecer más idiota—. Tienes la edad de mis hermanas, podrías ser mi hermana y…, en fin, las hormonas de los chicos a vuestra edad están por las nubes. Siempre están dispuestos a pillar —continuó con indecisión—. Seguro que sabes a lo que me refiero… Deberías decir algo para que me calle de una…
—No digas nada más, por favor —murmuró ella tapándose las orejas en un gesto de humor antes de sonreír con timidez.
Tras unos segundos en los que no dejaron de observarse, Bosco le devolvió la sonrisa con cierta inseguridad.
—Tendré cuidado —murmuró Samantha apartando sus ojos de él.
Bosco soltó el aliento. No sabía si aquella respuesta debía tranquilizarlo, lo que sí sabía era que imaginarla echando un polvo con su novio o con cualquiera..., le fastidiaba. Mucho. Resopló de forma mental contra sí mismo. No le molestaba que Natalia pudiera follar con otros, pero sí pensar en ella…, ¿acostándose con su novio? ¡Era demencial!
Samantha entrelazó los dedos de sus manos. De repente, no sabía qué hacer con ellas. Una extraña tensión crepitaba entre ellos mientras seguían balanceándose en silencio. Lo miró de soslayo tragando saliva.
—Nerea me ha dicho que quieres ser piloto —murmuró en un intento por desviar la conversación hacia un tema más neutral.
La expresión de Bosco se relajó antes de asentir.
—Los aviones siempre me han gustado —explicó elevando los ojos hacia el cielo—, pero cuando tenía diez años vi una exhibición del Ejército del Aire en mi ciudad y, en ese instante, supe que quería ser uno de ellos. No recuerdo querer ser otra cosa que piloto de caza desde entonces. —Giró el rostro hacia ella—. Me he esforzado mucho durante los últimos años para conseguirlo. El próximo mes ingreso en la Academia General del Aire —agregó con un brillo de entusiasmo en su mirada.
Ella lo contemplaba con atención.
—¿Es tu sueño?
Bosco esbozó una pequeña sonrisa.
—Mi meta —dijo sin apartar sus ojos de ella—. ¿Y el tuyo?
Ella le devolvió la sonrisa con rapidez.
—Abrir mi propio estudio de fotografía artística —contestó con vehemencia.
Bosco tragó saliva. La naturalidad de aquella sonrisa fue como un enorme puñetazo en su estómago. Todo su rostro se iluminaba con luz propia cuando sonreía de esa forma.
—¿Artística? —acertó a preguntar.
Samantha asintió.
—Una fotografía se considera artística —comenzó sin apartar los ojos de él—, cuando el fotógrafo la crea con el objetivo de transmitir un sentimiento o una sensación. Buscando la reacción en las emociones. Eso es lo que yo intento —agregó en voz baja—. No sé si lo conseguiré, pero me gustaría dedicarme a la fotografía artística de forma profesional —concluyó.
Bosco la contempló un instante sin decir nada.
—Espero que lo consigas —musitó con sinceridad.
—Tú también —murmuró Sam desviando la vista hacia el suelo.
Bosco observó su perfil mientras detenía el columpio.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirió girando el cuerpo hacia ella—. No pretendo ofenderte, es solo curiosidad.
Samantha detuvo el balanceo de su propio columpio y ladeó el rostro hacia él con interés.
—¿Qué?
—¿Por qué te vistes como lo haces? —preguntó fijando la mirada en la suya.
—Porque me gusta —contestó ella de inmediato.
—¿No estarías mejor con unos vaqueros?
Ella negó con la vista.
—¿Por qué debería vestir unos vaqueros cuando siento que no soy yo llevándolos? No me condiciona lo que piensen los demás. Ni lo que digan. No me importa ser diferente —aseguró encogiéndose de hombros—. Me visto para mí y me siento cómoda con mi estilo. A veces, incluso escojo los colores según mi estado de ánimo —confesó con una leve sonrisa—. Creo que la ropa es una forma de mostrar tu identidad. Y a mí no me asusta mostrar la mía.
«KO de nuevo», pensó Bosco con admiración.
—Nunca lo había pensado de ese modo —musitó sin desviar la vista de ella—. En mi armario hay vaqueros, camisetas, sudaderas y mucha ropa de deporte, aunque nunca le he prestado demasiada atención.
—Tal vez no has encontrado tu estilo todavía —dijo sin apartar la mirada de su rostro—. Los vaqueros te sientan bien. —Bosco rio por lo bajo ante su apreciación. ¿Se había fijado en cómo le quedaban los vaqueros? Sabía que le quedaban bien, pero le gustaba saber que ella lo había notado—. ¿Crees que soy rara?
Bosco negó con la cabeza.
—Pensaba que tenías mucha personalidad por vestir así y tu respuesta me lo ha confirmado. —Otra enorme sonrisa iluminó el rostro de ella. Un nuevo puñetazo en el estómago estuvo a punto de doblarlo. ¡Joder! ¿Qué tenía esa chica para que una simple sonrisa originara aquella reacción en él? Bosco inspiró con inquietud antes de volver a hablar—. ¿Es difícil? Me refiero, con los demás. En tu instituto —aclaró.
Ella suspiró.
—A veces —reconoció con una mueca—. Me limito a ignorarlos. Además, tengo unos buenos amigos que no permiten ninguna… ¿Cómo se dice? ¿Burla? —Él asintió—. Burla en su presencia. Y siempre estamos juntos, así que no suelo tener problemas —agregó con sus ojos en los suyos.
Bosco tragó saliva. ¡Mierda! Quería besarla.
—Me caen bien tus amigos —murmuró desviando la vista hacia sus labios.
Sam contuvo el aliento al percatarse de la dirección de su mirada. Su corazón comenzó a bombear dentro de ella con fuerza. ¡No apartaba los ojos de su boca! ¡¿Iba a besarla?!
—No los conoces —musitó fijando sus propios ojos en la boca de él.
—Cualquiera que te defienda me cae bien —susurró acercando su rostro con lentitud.
Permanecieron unos segundos sin decir nada, sin hacer nada. Solo respirando y percibiendo cómo respiraban mientras la atracción que existía entre ellos los envolvía como si fuera una manta.
Samantha elevó la vista hacia sus ojos. Y allí estaba, aquella intensidad que siempre hacía que su mundo dejara de girar…
—Tienes novia —murmuró.
—No es mi novia —musitó él de inmediato.
—Está Ian —susurró.
Bosco permaneció inmóvil, aunque inspiró con fuerza.
—¿Tu novio? —inquirió en voz baja.
Ella asintió.
Él apenas sonrió.
—No esperes que él me caiga bien. —Samantha se quedó sin respiración cuando sus labios estuvieron a escasos centímetros de los suyos—. ¿Lo miras a él como me miras a mí?
Samantha pestañeó con turbación… Entonces echó el rostro hacia atrás. ¡¿Qué estaba haciendo?! ¿Había estado a punto de permitir que la besara tras compartir una breve conversación? Él no era su novio, él se marchaba a su país en unos días, él… Él anulaba su capacidad para discernir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Y aquello…, ¡estaba mal! ¿Por qué se comportaba así con él? ¡Apenas lo conocía! ¿Qué pasaba por su cabeza? No entendía nada de lo que le ocurría. ¡¿Y por qué se sentía tan apabullada ante la idea de que quisiera besarla?! Se levantó del columpio para alejarse de su presencia cuanto antes. Lo que sentía ante su cercanía no era atracción, era… ¡No sabía lo que era!
Bosco la alcanzó tras los primeros pasos.
—No quería decir eso… —murmuró cogiéndola del brazo. Samantha ladeó el rostro con confusión mientras él dejaba caer su mano—. Regálame un beso —susurró capturando su mirada—. Solo un beso.
Samantha apenas podía pensar. ¿Cómo iba a responder? Quería besarlo…, pero le daba miedo besarlo…, quería que la besara…, pero…
Bosco observó su gesto de indecisión antes de alargar la mano hacia su cuello. Cuando ella lo contempló con los ojos muy abiertos esperando, acercó su rostro y la besó. Al principio con lentitud, descubriendo la suavidad de aquellos labios que había querido besar desde que la viera por primera vez al tiempo que controlaba su necesidad de explorarlos a conciencia, sin embargo, tras unos segundos de contención, introdujo su lengua para comenzar a saborear toda su boca, buscando y encontrando las diversas formas en las que sus labios encajaban… ¡Joder! Encajaban a la perfección. Su sabor era enloquecedor. La carnosidad de sus labios, el puto paraíso. El deseo estalló arrollándolo. Deslizó el brazo por su cintura para sostenerla contra su cuerpo, escondió los dedos en el cabello de su nuca y continuó devorando cada rincón de su boca mientras se enredaban en una batalla de lenguas que lo puso a cien.
Samantha no podía pensar. La cabeza le daba vueltas. Desde el instante en el que sus labios estuvieron sobre los suyos se sintió avasallada. Nunca la habían besado de ese modo. Con una pasión que incendiaba su cuerpo y una habilidad que le nublaba la razón. Él sabía lo que hacía. Su lengua recorría su boca con dedicación, a ratos pidiendo, a ratos entregándose, y en otros, dominando cada movimiento de sus labios. Se sentía aturdida por todas las sensaciones que la asaltaban. Abrumada por su sabor. Impresionada por lo que le hacía sentir. Sus bocas se alimentaban la una de la otra. Su respiración bebía de la suya… Se aferró a su cuello enterrando las manos en su pelo mientras se fundía con él apretando sus senos en la solidez de su pecho. Él jadeó antes de sujetar su culo presionando su erección contra su pelvis. El deseo por él inundó cada rincón de su cuerpo. La pasión como guía. El instinto como único referente. Sam exploró su boca con mayor seguridad perdiendo la noción del tiempo… En algún momento, él caminó llevándola consigo, sosteniéndola junto a su torso y sin abandonar sus labios. Sus cuerpos, ocultos tras los abetos, se entrelazaron sobre el césped. Sus manos acariciándose. Sus bocas en constante duelo. Solo iba a ser un beso. Un beso…